El calor parece que, por
fin, ha lleado a la ciudad. Está claro que Bilbao no es una ciudad
caribeña por excelencia, ni tampoco famosa por sus rachas de sol y
su temperatura templada. Pero cuando hace bueno, hace buenísimo. Y
no se si será el calor, la primeravera o las buenas vibraciones que
desata que las vacaciones estén a la vuelta de la
esquina, pero parece que la gente tiene ganas. Ganas de enamorarse.
Ganas de vivir. Ganas de comprar. Ganas de salir solos o acompañados,
porque la ciudad siempre puede ser una buena cita.
Me gusta ver así a la
gente. A quién no, ¿verdad? Porque, después de haber tenido un mal amor, una tragedia o
un despido inesperado sólo nos queda secarnos las lágrimas de la
cara y levantarnos para seguir con la mejor de nuestras sonrisas. La función sigue y somos demasiado jóvenes como para estaren stand by.
Me pregunto cuanta gente
habrá por ahí sin ganas. Sin ganas de encontrar a alguien porque ya
no creen. Sin ganas de intentar alcanzar sus sueños porque ya son
demasiado viejos y, el conformismo y el cinismo se han apoderado de
ellos. Sin ganas de seguir gustándose y sin ganas de sábado por la
noche y unos cuantos Gintonics. En definitiva, sin ganas de vivir. Seguir sin ilusión, sin
creer, dejando a un lado la remota posibilidad de que la vida, de
vez en cuando, pueda sorprenderte. Dejar de apreciar una puesta de sol, una lluvia de verano o una comida en familia.
Por eso, está bien pedirle una cita
de vez en cuando a la ciudad. Porque, gracias a eso, volvemos a
encontrar sentido. Volvemos a encontrarnos con nosotros mismos para
recordarnos que todo empieza y todo acaba, pero que las ganas no pueden desaparecer nunca. Como el buen
tiempo y las citas con la ciudad.

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