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lunes, 4 de mayo de 2015

Susurros de la ciudad

A estas horas de la noche, cuando aún no es noche pero tampoco es día, el vaivén de la ciudad me envuelve en su silencio. Un silencio sonoro que transporta los ecos mudos de una ciudad que no para, que no descansa. Las hojas de los árboles bailando con el viento. Los autobuses vagando por la ciudad con un horario establecido, como meretrices en jornada laboral. Transeuntes que vuelven a casa; quizás cansados, quizás embriagados. Mientras todo pasa el viento me azota la cara y comienza a despejar mis dudas, esas que escondo en los recobecos que ni yo misma conozco. Y comienzo a embriagarme con el roce de sus manos.

Una voz masculina me altera el pensamiento. Pegado al teléfono desafía las leyes de la gravedad en contra de todo pronóstico, balbuceando a gritos palabras que caen sin quererlo. ¿Cuántos corazones rotos habrá en estos momentos vagando por la ciudad? Seguro que más de los que las calles puedan soportar. Viviendo en un desafío constante entre dolor y rutina, entre comodidad y deseo. 

Es triste saber que hay más locos enamorados separados que parejas con amor. Otra paradoja más para la lista. La puta cabeza que siempre dice, "no lo hagas", mientras el corazón susurra siempre "inténtalo una vez más". Ante esto, como gente de razón que somos, seguimos lo debido y caemos en la rutina gastada, el sentir anodino, el vivir muerto. Caemos en lo establecido, una vez más, para no enfrentar con la cabeza bien alta aquello que es más grande que nosotros. Aquellos que te mata o te hace imbencible. Desgraciadamente eso es lo que sucede con las mejores cosas de la vida. Con las verdaderas apuestas de todo a uno. Que te sacan las entrañas o crean en vida el paraíso deseado. Pero nos faltan huevos. Nos faltan los huevos necesarios para hacernos daño, arrastrarnos por el suelo y caer en picado hacia esa verde colina. Porque las vistas desde la mesa de mi oficina también pueden tener su encanto, ¿no?

Mientras mi mente divaga en la razón del ser y la necesidad de tener me pierdo en lo que ella me dice. La ciudad, cálidad, con una brisa que huele a verano en esta casi madrugada de un jodido Abril que alguien me robó.


domingo, 3 de mayo de 2015

Los que tienen ganas y los que no

El calor parece que, por fin, ha lleado a la ciudad. Está claro que Bilbao no es una ciudad caribeña por excelencia, ni tampoco famosa por sus rachas de sol y su temperatura templada. Pero cuando hace bueno, hace buenísimo. Y no se si será el calor, la primeravera o las buenas vibraciones que desata que las vacaciones estén a la vuelta de la esquina, pero parece que la gente tiene ganas. Ganas de enamorarse. Ganas de vivir. Ganas de comprar. Ganas de salir solos o acompañados, porque la ciudad siempre puede ser una buena cita.

Me gusta ver así a la gente. A quién no, ¿verdad? Porque, después de haber tenido un mal amor, una tragedia o un despido inesperado sólo nos queda secarnos las lágrimas de la cara y levantarnos para seguir con la mejor de nuestras sonrisas. La función sigue y somos demasiado jóvenes como para estaren stand by.

Me pregunto cuanta gente habrá por ahí sin ganas. Sin ganas de encontrar a alguien porque ya no creen. Sin ganas de intentar alcanzar sus sueños porque ya son demasiado viejos y, el conformismo y el cinismo se han apoderado de ellos. Sin ganas de seguir gustándose y sin ganas de sábado por la noche y unos cuantos Gintonics. En definitiva, sin ganas de vivir. Seguir sin ilusión, sin creer, dejando a un lado la remota posibilidad de que la vida, de vez en cuando, pueda sorprenderte. Dejar de apreciar una puesta de sol, una lluvia de verano o una comida en familia.

Por eso, está bien pedirle una cita de vez en cuando a la ciudad. Porque, gracias a eso, volvemos a encontrar sentido. Volvemos a encontrarnos con nosotros mismos para recordarnos que todo empieza y todo acaba, pero que las ganas no pueden desaparecer nunca. Como el buen tiempo y las citas con la ciudad.